23/10/11

Historia de los Ejecutados de Paso de Ovejas, contada por un testigo.



Son las nueve de la mañana. Frente al panteón de Paso de Ovejas, la mancha de sangre de las víctimas permanece sobre la banqueta, recordando la noche de terror que vivió el pueblo.

Viernes 21 de Octubre del 2011.


La gente se encuentra en el espanto.

“Todos estamos espantados”, es la frase más repetida por los pobladores en negocios, calles y oficinas.

Las escuelas suspendieron actividades, “es como si todo el pueblo estuviera de luto”, dice un empleado de Protección Civil de Paso de Ovejas.

“No sabemos por qué los mataron, la verdad, si eran gente de trabajo, no se sabía que anduvieran en malas cosas”, cuenta otro hombre a la orilla de la carretera federal, la misma que anoche fue cerrada, con un camión de AU y un tráiler, por parte de los delincuentes para poder transitar a gusto en el pueblo sin ser molestados por las autoridades.

El mismo poblador hace un relato de lo que ha ido recolectando de casa en casa:

“Ya sabíamos que los habían secuestrado, desde el martes, en el rancho Mata Mateo –ubicado a siete kilómetros de la cabecera- pero esperábamos que los regresaran”.

“Y ayer, como a las seis y media, los llevaron al camino que conduce al Cobaev, frente a la carretera y al panteón. Allí los sacaron, de unas camionetotas, dicen, y los tiraron, al suelo, vivos, de espaldas, y los comenzaron a golpear”.

Lo que sigue después es indescriptible.

En ese lugar fueron asesinados seis personas: Ausencio Ramírez, tío del alcalde de Paso de Ovejas, su esposa, su hija, la hija de esta, una menor de seis años, un bebé y el abuelo.

“Las mujeres gritaban que no les hicieran nada, don Chencho les suplicaba que no le hicieran nada a ellas, ni a la bebé, que a él le hicieran todo lo que quisieran”. Pero no hubo clemencia. Los gritos se mezclaron con el estruendo de las balas.

Las personas que se encontraban cerca, tuvieron que correr a esconderse entre las tumbas del panteón, cosa irónica, tratando de salvar sus vidas en el santuario de la muerte.

“Se escuchaba muy feo, era como el infierno”, dice el testigo.

Y los delincuentes, así como llegaron, se fueron sin encontrar obstáculo.

Negocios, el parque, las calles, de Paso de Ovejas, se vaciaron en esa tarde que nunca olvidarán por mucho tiempo en el pueblo.

Hoy el palacio municipal está cerrado. Del alcalde no se sabe nada. Los regidores, los directores de área, todo su personal ha ido a reunirse a los corrillos del inmueble.

Sostienen periódicos locales donde se habla de la noticia de la matanza. Fuman, toman café, se notan intranquilos, como la mayor parte de esta población. Todas las miradas son de desconfianza.